Espiritualidad de la Adoración Nocturna

 

Las diversas espiritualidades son distintas maneras de imitar a Cristo. En este sentido, la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna trata de imitar a Cristo adorador del Padre, que durante su vida mortal oraba frecuentemente de noche, y que ahora perpetúa su adoración, su intercesión y su sacrificio redentor en la Eucaristía, que supone la presencia real de Jesús.

Hablar de la espiritualidad de cualquier asociación reconocida por la Iglesia católica realmente no supone más que señalar algunos detalles propios que configuran entre nosotros lo que es el patrimonio único de la espiritualidad de la Iglesia universal. No puede existir ninguna espiritualidad en el seno de la Iglesia que tenga unas características tan exclusivas que el resto de los fieles no las pueda compartir, y así solo podemos señalar algunos matices sobre los que nosotros ponemos un cierto acento, en los que vivimos conjunta y comunitariamente, como nuestra, la espiritualidad eucarística eclesial, universal.

NOCHE

Aunque es secundario, el detalle de nuestra "nocturnidad" puede ser el que más llame la atención sobre nuestra espiritualidad. Realmente, todos los tiempos son iguales alabar adorar a Dios, y si nosotros hemos preferido centrarnos en las horas de la noche es porque hemos encontrado en ese tiempo en el que los templos están habitualmente cerrados y la mayoría de la población descansando, divirtiéndose, la oportunidad de encontrarnos con el Señor con esa calma en la que suponemos que va a ser más difícil que otras ocupaciones nos vayan a interrumpir. A veces entramos en una iglesia al azar, pensando que podríamos aprovechar un tiempo para recogernos en oración individual, y al cabo de un tiempo vemos que se empieza a preparar algún acto, litúrgico o no, previsto para la comunidad propia de aquel templo, que viene a cambiar, lógicamente, los planes que nos habíamos hecho en un principio. En cambio, por la noche, es más fácil que estemos solos. Solos con Dios. Ahí no nos interrumpen ni nuestras obligaciones, laborales o familiares: tenemos toda la noche por delante.

Hablamos de ser "adoradores de noche y apóstoles de día", de dedicar a la oración y a la contemplación un tiempo que no nos aparte de nuestras obligaciones, de nuestro trato habitual con aquellos a los que tenemos el deber de evangelizar o de catequizar, siquiera sea con nuestra conversación o nuestro ejemplo: de dedicar a Dios un tiempo en el que nadie nos va a echar de menos, porque los demás lo dedican a otras cosas, y se supone que también nosotros estaríamos haciendo lo mismo; pero una noche al mes la dedicamos a este encuentro con Jesús en la Eucaristía.

Aprovechamos el tiempo que nos dejan: en algunas ciudades disponemos de un centro propio, con su capilla, en la que podemos organizar nuestras vigilias sin depender de nadie, en cuanto a distribución y horarios. Pero son la excepción. Lo habitual es que abran para nosotros unos templos que habitualmente a esas horas están cerrados. y nos tenemos que amoldar a las circunstancias en que nos prestan cada uno. Hay veces en que tenemos que anticipar la "noche" a las últimas horas de la tarde, cuando, por la escasez de sacerdotes, tenemos que incorporarnos a la última Misa pública de la parroquia, que dándonos nosotros solos cuando los demás fieles se retiran. Pero la idea es la misma: quedarnos a solas con el Señor en ese tiempo en el que habitualmente no molestamos a nadie, y nadie nos interrumpe.

EUCARISTÍA

Preferimos —aunque no siempre lo logremos— tener la celebración eucarística en la vigilia, celebración que luego se prolonga en la exposición eucarística para la adoración. Cuando no es posible la celebración, un sacerdote, o un ministro extraordinario expone el Santísimo Sacramento. Pero la celebración en el núcleo de la misma vigilia es importante, porque nos incorpora más plena, consciente y activamente al sacrificio de Cristo, dándonos algo que ha sido primordial a lo largo de toda la historia de la Adoración Nocturna Española: el carácter expiatorio de nuestras vigilias. No vamos a la vigilia nosotros solos: llevamos con nosotros todo el mundo que se queda fuera, con todas sus necesidades y sus problemas; con todos sus pecados y nuestros pecados, a los que Cristo ha venido a traer el único remedio posible, que es el perdón de Dios, la reconciliación con el Padre. No somos mejores que los que no han venido a la vigilia; no venimos a arreglar el mundo; venimos a unirnos en el Sacrificio Eucarístico a Jesucristo, que es quien verdaderamente salva al mundo. Y, para eso, es necesaria la celebración eucarística.

ADORACIÓN

La oración comunitaria nos ayuda y nos orienta. La liturgia de las horas de la Iglesia ocupa una parte del tiempo de nuestra vigilia, que se abre siempre con la reflexión sobre un tema propuesto cada mes para todos los adoradores, que guía nuestro avance en el conocimiento y la profundización en la espiritualidad de la Iglesia. Pero lo fundamental, lo específico —que no exclusivo— de nuestra espiritualidad es la oración individual, en silencio, ante el Señor Sacramentado. Silencio que se hace imprescindible para escuchar en nuestro interior la voz de Dios. No venimos a contarle a Dios nuestros problemas, a "ilustrarle" sobre nuestras necesidades y preocupaciones, como si Dios no las conociera de antemano, sino todo lo contrario: venimos a escuchar a Dios, que nos dirige su palabra en medio de nuestro silencio, porque nos conoce y nos ama, y, cuando Él quiere, nos va haciendo ver, desde su perspectiva, por dónde se encuentra la salida de nuestros pequeños laberintos. Es verdaderamente singular y única esta experiencia de comprobar cómo se ven de un modo distinto, a los pies de la Custodia, las pequeñas o grandes cuestiones que entretejen nuestra vida de cada día: las alegrías y las penas; la familia, los hijos y su educación cristiana; el trabajo, su agobio y sus posibles rivalidades y zancadillas; las preocupaciones económicas; la salud y la enfermedad, propias y ajenas..; el equilibrio de la sociedad en que vivimos, la integración en nuestra vida de los que comprobamos que son diferentes a nosotros, las injusticias, la paz en el mundo... ¡Cuántas veces se han desmoronado en cuestión de segundos nuestras endebles convicciones, nuestros inseguros criterios sobre lo que "hay que" hacer, cuando los ponemos a la luz de la Eucaristía! El Señor nos hace ver, así, que sus juicios no siempre son nuestros juicios: nos da una seguridad y una claridad que nadie más que Él nos puede proporcionar; aunque con ello se nos vengan abajo todos los planteamientos previos y todos nuestros sistemas. Aquí es donde encontramos la finalidad más clara, de cara a nuestro prójimo, de nuestras vigilias: el ser apóstol en nosotros tiene que proceder de sentirnos tan transformados por la experiencia de la adoración de Jesucristo, que, al reincorporarnos a nuestros hermanos que han quedado fuera, no tengamos más remedio que hablar de lo que hemos vivido, y ante la posible incredulidad de los que nos oigan decir cómo el mundo entero se ve distinto desde la presencia del Señor, no nos queda sino invitarles: "ven, y haz tú lo mismo".

Y algunos aceptan.

José F. Guijarro. Tomado del semanario ALBA, de fecha 30 de junio 2006.

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