Vigilia de la A.N.E.
PRESENTACIÓN de adoradores
Soberano Señor Sacramentado
(De Trelles)De rodillas
Soberano Señor Sacramentado. Presente está la guardia Real nocturna de vuestra divina Persona. No por nuestros méritos, sino por vuestra infinita misericordia, llegamos a los pies de vuestro trono.
¡Gracias Señor!
Nuestra consigna es adoraros por los que no os adoran, bendeciros por los que os blasfeman y maldicen, expiar nuestros propios pecados con íntimo dolor de corazón, y desagraviaros por todos los que en el mundo se cometen; unir nuestras intenciones y súplicas con las vuestras y hacer que desciendan sobre la tierra las bendiciones de su misericordia.
Mas como habéis dicho: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá" llamamos ahora a la puerta de vuestro Sagrado Corazón, suplicándoos, por la intercesión de María Santísima y de nuestros santos protectores, que nos recibáis y nos escuchéis en audiencia privada. Como a Monarca omnipotente y misericordioso, os presentamos, con la mayor humildad y confianza, el memorial de nuestras súplicas. (Pausa, presentar en silencio súplicas).
Despachadlas favorablemente, si conviene a vuestra gloria y a nuestra salvación eterna. Puesto que no sabemos lo demás que os hemos de pedir para agradaros, sugeridnos Vos mismo las peticiones que queráis otorgar y que el Espíritu Santo ore en nosotros con gemidos inenarrables. Amén.
La Vigilia de la Adoración Nocturna es esencialmente una Vigilia de oración y adoración centrada en la Eucaristía, en nombre de toda la Iglesia. Nunca podrán faltar en nuestras vigilias: la oración personal y la oración litúrgica comunitaria que nos vincula a la Iglesia.
La Liturgia de las Horas es la oración que la Iglesia, en unión con Jesucristo, su Cabeza, y por medio de Él, ofrece a Dios. Se llama de las horas porque se efectúa en los principales momentos de cada día, que así es santificado junto con la actividad de los hombres (Laudes al comenzar el día; Vísperas al caer la tarde, Completas al acostarse...).
El Oficio de Lectura, desde los primeros siglos de la Iglesia, era la oración nocturna de los monjes mientras los hombres descansan; la alabanza y la oración del Señor no debe interrumpirse ni durante la noche.