Temas de reflexión 2023 de la ANE

 

Enero 2023

Febrero 2023

Marzo 2023

Abril 2023

Mayo 2023

Junio 2023

Julio 2023

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Octubre 2023

Noviembre 2023

Diciembre 2023

 

 

 

 

ENERO

ADORACIÓN EUCARÍSTICA. EPIFANÍA
“NO CESE NUNCA NUESTRA ADORACIÓN

¡Qué importante recordar siempre nuestra vocación! Volver al Amor Primero. ¿Para qué venimos a la ANE? Para adorar la Eucaristía.

Y esto es fundamental. Adorar, como nos recuerda el Catecismo, es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. ¿Qué es adorar? ¿En qué consiste esta actitud? Se trata de humillar el espíritu ante el "Rey de la gloria" y callar en silencio respetuoso, en presencia de Dios "siempre mayor".

Y esto por dos motivos muy importantes: la adoración exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Dios es nuestro Creador y Redentor. Por eso el primer deber de la criatura y del salvado, es adorar a este Dios tan bueno.

Adorar mucho a Dios en la Eucaristía produce dos efectos preciosos en nuestra alma: nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas. Nos hace pequeños y confiados, como los niños, dependientes en todo de Dios, pero, a la vez, seguros de que Él nos cuida.

"La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nues-tra adoración" (Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 3).

Tenemos ejemplos de adoración en las Sagradas Escrituras: los Reyes Magos, por ejemplo, tienen claro a qué vienen a Jerusalén, "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo" "La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño" "y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra".

Hoy nos toca imitar a los Reyes Magos. Vengamos de donde vengamos (de dificultad, de pereza, de sueño, de sequedad…), no importa. Lo importante es que venimos a adorarlo. Queremos reconocer, como los Reyes Magos, más allá de sus disfraces, a Dios escondido. Le adoramos, como un niño pequeño en un pesebre, y le adoramos, tras las especies eucarísticas en una custodia. No es tan distinto. Sabemos que su Presencia es verdadera, real y substancial, de su Cuerpo y Sangre, alma y divinidad: Cristo entero.

Somos guiados a Él por una estrella. Es como una luz, la luz de la fe que nos trae todos los meses a adorar la presencia Eucarística, como atrajo a los Magos a la adoración. Y una luz que también puede representar a María; ella siempre nos precede, va antes que nosotros, y cuando llegamos a Jesús, ¡allí está ya ella! María nos atrae a Jesús, nos atrae a la Adoración, María es nuestra madre en la fe y, a la vez, la Madre de Jesús. Y por eso ¡qué mayor alegría para ella que ver a sus hijos reunidos! Como a los Magos, Ella nos acompaña en esta noche.

Ante Jesús, en esta noche, iluminados por su estrella, también nosotros abrimos nuestros cofres. Ofrecemos a Jesús nuestras posesiones, nuestras oraciones, nuestras debilidades… nuestro oro, incienso y mirra. Reconozcamos su Divinidad, su Humanidad y su Realeza en esta noche de Adoración. Notaremos fruto espiritual en nuestras almas. Volveremos por otro camino a nuestro quehacer diario.

También los Santos nos animan a adorar: el recientemente canonizado Carlos de Foucauld confiesa que se esfuerza "por multiplicar las horas de exposición del Santísimo Sacramento"; se admira contemplando la belleza de las puestas de sol en el desierto y sus claras noches, pero confiesa que "abrevio estas contemplaciones y vuelvo delante del sagrario… hay más belleza en el sagrario que en la creación entera". Su deseo, tal como dejó escrito, fue fundar "una orden de monjes que adoren este Corazón día y noche en la Santa Hostia expuesta, extendiendo su presencia, multiplicándola y elevando a un gran número de personas en un lugar, donde la santa Eucaristía y el divino Corazón irradian luz del mundo sobre muchas regiones de infieles durante siglos".

Cuando se instala en Tamanrasset, lo primero que hace es construir una pequeña capilla, donde exponer el Santísimo, y escribe en su diario "Sagrado Corazón de Jesús, gracias por este primer tabernáculo en país tuareg. Sagrado Corazón de Jesús, irradiad desde el fondo de este tabernáculo sobre este pueblo que os adora sin conoceros. Iluminad, dirigid, salvad estas almas que amáis".

Que nuestra adoración sea hoy con fruto. Como la de los Reyes Magos, como la de Carlos de Foucauld, rindamos homenaje a nuestro Dios y Salvador silencioso en esta presencia eucarística, ofrezcamos nuestros dones a Cristo y pidamos al Sagrado Corazón por el mundo entero, para que lo guíe y salve desde la Eucaristía.

PREGUNTAS

¿Recuerdas la primera vez que veniste a una Vigilia de la ANE?

¿Tu amor sigue siendo el mismo?

¿Notas que la adoración te hace más humilde, más confiado, que te cambia el corazón?

&iqust;A qué otras maneras de rezar nos lleva la adoración?

¡NO CESE NUNCA NUESTRA ADORACIÓN!

 

 

FEBRERO

ADORACIÓN Y REPARACIÓN
"¡AHÍ ESTÁ JESÚS! ¡NO DEJADLO ABANDONADO!"

Siempre es bueno recordar que venimos a la adoración porque Dios previamente nos ha llamado. Primero, Él, "el Dios vivo y verdadero, llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración". Segundo, nosotros respondemos "esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud del hombre es siempre una respuesta". ¡Qué privilegiados somos de ser llamados a este encuentro con Dios!

Y para encontrarse con Dios hay muchas maneras, lo sabemos: su presencia está en la Sagrada Escritura, por su palabra, donde dos o tres se reúnen en su nombre por su promesa; en nuestros corazones, por la gracia; en los sacerdotes como en sus ministros... Sí, todo eso es cierto, pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas".

Entonces, ¡doblemente privilegiados de ser llamados a este encuentro de oración y a este encuentro con la Eucaristía! Recordemos que el modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos".

Estas varias maneras de presencia llenan el espíritu de estupor y llevan a contemplar el misterio de la Iglesia. Pero es muy distinto el modo, verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía, que por ello es, entre los demás sacramentos, el más dulce por la devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido; ya que contiene al mismo Cristo (san Pablo VI Mysterium fidei).

Y, sin embargo, ¡cuántos no escuchan esta llamada! ¡cuánto desprecio e indiferencia ante esta sublime presencia! Por eso, estamos llamados a la Adoración sí, pero a la adoración reparadora. Que repare tanto amor ofendido, tan poca respuesta a un Amor tan grande. Esta vigilia mensual, que sea de adoración y de reparación.

Tenemos ejemplos de adoración reparadora en la Sagrada Escritura. Cuando María Magdalena se adelanta y llora ante Jesús sus pecados, y limpia con sus lágrimas los pies de Jesús; cuando, más tarde, María en Betania, de nuevo, se pone a sus pies y rompe un frasco de perfume en honor de Cristo.

También nosotros en esta velada nos vamos a colar en la sala donde está Jesús; somos conscientes de nuestros pecados, y de cuántas veces no hemos respondido a su llamada o no hemos hecho aprecio de su presencia… pero venimos, como María a reparar. Primero, nuestros propios pecados.

Se trata de que, esta noche, hagamos como María: "colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume".

Queremos acompañar hoy a Jesús con especial cariño porque somos conscientes de que nos ha perdonado mucho. También nosotros somos unos pecadores. ¡Él ha pasado por alto muchas de nuestras indiferencias! Nos ha perdonado una deuda no simplemente de unos "eurillos", le debíamos millones, ¡pero todo nos lo ha perdonado! ¿Cuál de los dos amará más?". "Pienso que aquel a quien perdonó más".

Y no sólo eso, esta noche no se trata simplemente de ponernos a los pies de Jesús (adorar) agradeciendo su amor que nos ha perdonado (reparar), sino también de poner amor donde otros han puesto desamor. De poner detalles de cariño donde otros se han olvidado totalmente. A Jesús esas faltas de Simón también le afectan y le duelen. Pero, por suerte, tiene a María que sabe bien cómo consolar a Jesús:

"Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies".

Imitemos a María, no a Simón. Adoremos y reparemos. Con la misma amorosa audacia… "Cuando veo a la Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús, y que por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación" (Carta de santa Teresita).

También los Santos nos animan a la adoración y la reparación…, como san Manuel González. Gran apóstol de los sagrarios abandonados… después de aquella experiencia que él tuvo en aquel pueblecito andaluz, su primera parroquia, y ver el sagrario tan olvidado, sucio y descuidado. Aquello le marcó para siempre. ¡Cómo podemos tratar así a Jesús!

"fuime derecho al sagrario. Ahí mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, que me miraba, que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio: lo triste de no tener posada, de la traición, de la negación, del abandono de todos".

Con qué fuerza nos dice hoy estas palabras:

"ve al Santísimo, te espera desde hace miles de años, solo a ti. Quiere verte a ti. Da igual el enfado, el poco tiempo que tengas. Da igual que te sientas alejado de él, que no entiendas, que te cueste. Entra, mírale y observa. Tú le necesitas y Él te necesita. ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está!".

¡NO LO DEJEN ABANDONADO!

PREGUNTAS

¿Soy sensible a las distintas presencias de Cristo, además de la Eucarística?

¿Reparo con pequeños gestos de amor el desamor de los hombres?

¿Tengo "adoptado" un sagrario, donde visitar a Jesús?

 

 

MARZO

ADORACIÓN CON SAN JOSÉ CON UN AMOR APASIONADO

Probablemente, el primer adorador nocturno, junto con María fue José. Por eso, en este mes de marzo vamos a contemplarlo, en Nazareth, para aprender sus lecciones de Adorador veterano, adorador silencioso y adorador nocturno.

El misterio de Nazareth nos tiene que ayudar mucho a hacer bien nuestra adoración y nos tiene que enseñar la importancia de la misma. Sabemos que Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres. Igual que la nuestra la vida de Jesús fue durante mucho tiempo una vida cotidiana sin aparente importancia. Sus labores se dividían entre el trabajo, la familia y la religión. Y en este tiempo de escondimiento de Jesús sabemos que mientras "progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" estaba "sometido" a sus padres.

¡Cómo se admiraría José de tener bajo su cargo al Verbo de Dios hecho un niño pequeño! En lo más sencillo y cotidiano de su taller, de sus responsabilidades, de sus devociones: allí estaba Jesús. ¡Y tenía que enseñarle a orar!

"El Hijo de Dios, hecho Hijo de la Virgen, también aprendió a orar conforme a su corazón de hombre". Él aprende de María y de José las fórmulas de oración. Tanto de José como de María se puede decir que conservaban todas las "maravillas" del Todopoderoso y las meditaban en sus corazones, aunque a veces "no entendieran" lo que les decía.

José enseñó a orar a Jesús en su corazón de hombre, José adoró a Jesús en el silencio de la noche de Belén, José nos puede enseñar también a nosotros a orar y adorar en el silencio de la noche la Eucaristía. Él nos enseña la importancia de estas acciones escondidas y pequeñas:

Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en "segunda línea" tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. (Patris corde, Francisco)

En la Sagrada Escritura tenemos un buen ejemplo de cómo José adoró y enseñó (discretamente) a los pequeños a adorar. Primero él adoraba, en cuanto supo -de noche- quién estaba en el vientre de María…, "no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo" nace en José esa preciosa actitud de obediencia silenciosa, de adoración "José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús".

Y segundo, en la noche de Belén, después de que él adorara al pequeño Verbo dado a luz ayuda a los pastores y zagales a adorar también. Como nos puede ayudar a nosotros. "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado". ¡Vayamos a la adoración y contemplemos al Emmanuel, a Dios con nosotros!

Y ellos, "fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre". Y nosotros encontramos a Jesús recostado entre las pajas de trigo, escondido y pequeños, a María y a José.

Y ellos, "al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores". Y nosotros, contemos a José nuestras cosas, las maravillas que Dios ha hecho en nuestra vida, en nuestra vida cotidiana y ordinaria cómo se hace presente la gloria de Dios.

Y tanto María como José conservarán estas cosas y las meditarán en su corazón y nos ayudarán a hacer una verdadera adoración. Igual que enseñaron a los pequeños, a los pastores… Con sus corazones puros y fervorosos nos enseñan a adorar con nuestro corazón humano.

¡Por eso sacaron tanto fruto! "Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido". Si hacemos nuestra adoración con José sin duda sacaremos mucho fruto de ella.

También los santos nos animan a hacer esta adoración en lo cotidiano y con pasión, nos dice el P. Julián Eymar:

"Jesucristo podría decirnos: Me habéis amado en el Calvario porque allí borré vuestros pecados; me habéis amado en el pesebre de belén, porque me visteis dulce y amable… ¿Por qué no me habéis amado en el Santísimo Sacramento, donde estuve de continuo con vosotros? Vosotros no tenéis que hacer otra cosa que llegaros a mí. ¡Allí estaba yo a vuestro lado!".

"Fijaos en el amor de Jesucristo y haced que este pensamiento os arrebate y enajene. ¡Qué! ¿Es posible que Jesucristo me ame hasta el punto de darse a mí continuamente sin dar la menor señal de fatiga o cansancio? Tu espíritu se quedará clavado en Nuestro Señor y tu inteligencia y tus pensamientos le buscarán y querrán estudiarle; desearán, entonces, profundizar más y más las razones de su amor, a lo que sobrevendrá la admiración y el arrobamiento y se escaparan de tu corazón estas palabras ¿Cómo corresponderé a tanto amor? ¡El corazón corre hacia el santísimo Sacramento! Va a saltos porque no tiene paciencia para ir paso a paso ¡Jesucristo me ama, me ama en su Sacramento!".

¡Amad a Jesucristo Nuestro Señor en el santísimo Sacramento con todo el amor con que los hombres se aman en el mundo! ¡amad la eucaristía… (como José)!

PREGUNTAS

¿Qué lugar en mi vida espiritual ocupa san José, patrono de la oración y la vida interior?

¿Con qué me apasiono?

¿Pongo la misma pasión en la Eucaristía?

¿Hago algo por transmitir a los niños amor a la Eucaristía?

"¡CON UN AMOR APASIONADO!"

 

 

ABRIL

ADORAR A CRISTO MUERTO Y RESUCITADO
¡AUTOPISTA PARA EL CIELO!

Siempre hemos de recordar nuestra meta: el Cielo. Cristo bajó del cielo para llevarnos al cielo. En él está nuestra dicha y nuestro descanso. El cielo es nuestra verdadera patria. Y el Camino, es Jesús. Y la autopista, la Eucaristía.

Jesús abrió el camino del cielo con su pasión, muerte y resurrección. Por su amor. Jesús, aceptó en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres. Y por eso "los amó hasta el extremo", porque Jesús hace las cosas bien hechas. Nos amó con el máximo signo de su amor: "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos". Es lo que celebramos en torno a la Semana Santa. La cruz, la ofrenda de Jesús, nos abre un camino hacia el cielo.

En la pasión, la humanidad de Jesús es el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. Jesús aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente".

¡Qué amor tan grande! Y Jesús quiso encerrarlo en un signo, en un sacramento. Es el signo de la Alianza de amor nuevo y eterno:

Jesús hizo de la última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre por la salvación de los hombres: "Éste es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados". La Eucaristía que instituyó en este momento será el memorial de su sacrificio.

Al instituir el sacramento de la Eucaristía, Jesús anticipa e implica el Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo. Situando en este contexto su don, Jesús manifiesta el sentido salvador de su muerte y resurrección, misterio que se convierte en el factor renovador de la historia y de todo el cosmos. En efecto, la institución de la Eucaristía muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad (Sacramentum Caritatis, Benedicto XVI).

La Escritura nos da ejemplo de cómo hacer esta adoración, uniendo la Eucaristía y la Cruz, muy especialmente en Juan, el discípulo amado. Juan le adoró en la Última Cena y en el Calvario:

"Uno de ellos –el discípulo al que Jesús amaba– estaba reclinado muy cerca de Jesús" (es la postura de la amistad y de la adoración, de la confianza y del reconocimiento). Es la postura de intimidad a la que Dios nos invita esta noche.

"Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: "Pregúntale a quién se refiere". Él se reclinó sobre Jesús y le preguntó: "Señor, ¿quién es?"" A tener un tierno coloquio de adoración y de amistad con Jesús que recién ha instituido la Eucaristía y que se ve muchas veces rechazado en Ella. Como Judas rechaza su amor.

Juan también le adora en la Cruz, ya muerto y consumado su sacrificio, contempla y observa: "Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús".

Podemos pensar el gesto de partir el pan, el cuerpo de Jesús se quebró por nosotros, por nuestra salvación. Se dejó además abrir una puerta por la que pudiéramos entrar en su intimidad: "uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua".

Es el momento supremo de manifestación del Amor de Cristo. Y Juan lo ve. No sólo físicamente, sobre todo con los ojos de la fe. Como nosotros en la Eucaristía, "la fe lo suple con asentimiento". Y adora el misterio de la misericordia de Dios que nos ha abierto una autopista para ir a Cielo:

El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán ninguno de sus huesos". Y otro pasaje de la Escritura, dice: "Mirarán al que ellos mismos traspasaron".

Los santos también nos animan, como el joven Carlo Acutis, recientemente canonizado. ¡Qué amor el de este adolescente a la Eucaristía! ¡Con qué seguridad vio en ella el camino hacia el Cielo!:

"Prefiero quedarme en Milán porque tengo los sagrarios de las iglesias donde puedo encontrar a Jesús en todo momento y por eso no siento la necesidad de ir a Jerusalén. Tenemos a Jerusalén en casa. Si Jesús está siempre con nosotros, en todas partes donde haya una hostia consagrada, ¿qué necesidad hay de hacer una peregrinación a Jerusalén para visitar los lugares donde vivió Jesús hace dos mil años? ¡Entonces también habría que visitar los sagrarios con la misma devoción!".

"¿Quién más que un Dios, que se ofrece a Dios, puede interceder por nosotros? Durante la consagración es necesario pedir las gracias a Dios Padre por los méritos de su Hijo unigénito Jesucristo, por sus santas llagas, su preciosísima sangre y las lágrimas y los dolores de María Virgen, que al ser su madre, puede interceder por nosotros mejor que nadie".

Como él repetía muchas veces: LA EUCARISTÍA, MI AUTOPISTA PARA EL CIELO

PREGUNTAS:

¿Cuándo fue la última vez que pensé en el Cielo?

¿He hecho de la Eucaristía -adoración, comunión- mi camino de santificación?

¿Tengo amistad, confianza, intimidad con Jesús?

?Tengo un crucifijo que me acompañe, al que besar?

 

 

Mayo

ADORACIÓN CON MARÍA - AVE VERUM, CORPUS NATUM DE MARIA VIRGINE-

Reavivemos nuestra fe eucarística. Pidamos este don en esta noche. Señor yo creo en el Santísimo Sacramento, ¡pero aumenta mi fe!

Hagamos esta vigilia de Adoración con María. Pidámosle a ella que nos enseñe a adorar, que aumente nuestra fe en la Eucaristía.

La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. Ella debe ser ejemplo para nosotros. Igual que Ella, en la fe, acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que «nada es imposible para Dios» y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Pidamos también nosotros que la gracia mueva nuestra voluntad para que nuestro entendimiento asienta la verdad del Sacramento de Amor.

De María podemos decir lo que Isabel «¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» También por su fe eucarística. Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada. Durante toda su vida, y hasta su última prueba cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el «cumplimiento» de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros»? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz (Ecclesia de Eucharistia, Juan Pablo II).

La Escritura nos da ejemplo de esta adoración y fe muy especialmente en María. En María cuando acoge en su seno al Verbo hecho carne, y en María cuando de nuevo acoge a Cristo muerto al ser bajado de la Cruz. En ambos momentos María adora con fe profunda el cuerpo de Cristo y nos da ejemplo de ello, en la alegría y en la adversidad.

María adora al Verbo hecho carne, en la alegría de que además es su Hijo. Cuando Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, entra en su casa y le dice: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» … ¡Hasta qué punto eran verdad estas palabras! Llena de Dios, y tan cerca de Él que hasta lo va a llevar en su seno. Y nosotros, de qué manera tan parecida podemos oír al ángel que nos dice lo mismo cuando vamos a comulgar. “Te vas a llenar de Gracia. El Señor va a estar contigo”.

María se turba ante la grandeza de este misterio de la encarnación. “Quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo”. ¿También nosotros nos rendimos ante la majestad de Dios en la Eucaristía?

«No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». Y también, «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios”.

El anuncio es impresionante. Todo un Dios quiere tomar carne hu-mana, y lo quiere hacer en el seno de María. Dejar modelar su cuerpo du-rante nueve meses por esta bendita madre. ¡Qué comunión tan profunda entre Madre e Hijo! Pero no menos impresionante es la respuesta: fe y adoración de María:

Ella cree de veras que no hay nada imposible para Dios por eso dice entonces: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu pala-bra». Adora humillándose como una sierva del Señor, y cree en la palabra transmitida por el ángel. ¡Qué dichosa María!

Pero su actitud no cambia en los momentos de dificultad: Cuando junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el dis-cípulo la recibió en su casa.

María “stabat”, con esa actitud de oración y ofrenda entre los ju-díos, Stabat Mater Dolorosa iuxta crucem lacrimosa… Sigue adorando a Jesús, su cuerpo entregado en la cruz. Y cree en su palabra, cuando Él le confía un nuevo hijo, miles de nuevos hijos. Ella cree que está engendrando una multitud de hijos para la Gloria.

Cuando, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús y fue también Nicodemo, tomaron entonces el cuerpo de Jesús y según la Tradición (que se refleja en esa tremenda estación del viacrucis) Jesús es puesto en manos de su Ma-dre. ¡Gran misterio de piedad! María adora de nuevo el cuerpo muerto de Cristo y cree, a pesar de la oscuridad, cree en la Resurrección. Sabe que Aquél a quien envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes y sepultaron en el sepulcro había de Resucitar.

Una vez más María, cree y adora, adora y cree…

También los Santos nos animan a hacer esta adoración en la fe, como Tomás de Aquino, aquel cantor de la Eucaristía a quien el Papa encargó componer el oficio del Corpus, junto a Buenaventura. Y una vez el segundo escuchó lo que había escrito el primero, con humildad retiró su propuesta: ¡Era muy grande el himno de fe eucarística! Podemos pensar el Adorote devote, recitado por María. También en ese otro hermoso himno eucarístico:

Ave, verum Corpus natum / De Maria Virgine…

 

 

JUNIO

ADORAR EL CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS. NOS AMÓ CON CORAZÓN DE HOMBRE

“Me amó y se entregó por mí”. Esto podía ser una verdadera divisa eucarística. Pero aún hay más, porque me amó con corazón de hombre. Y es su Corazón el que está en la Eucaristía continuamente entregado por mí.

"El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí". Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión, nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros. Estas palabras son más verdad, aun si cabe, en el momento de la institución de la Eucaristía: Jesús que me conoce y se entrega por amor, inventa esta mane-ra de poder estar siempre a mi lado.

Nos ha amado a todos con un corazón humano. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. El Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación, "es considerado como el principal indicador y símbolo de aquel amor con que el divino Redentor ama con-tinuamente al eterno Padre y a todos los hombres". Pero el símbolo remite a una realidad, y la imagen a una sustancia… Y la presencia de ese corazón está en la Eucaristía. Por eso, se le puede llamar con toda verdad: Corazón Eucarístico de Jesús.

¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón divino, signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los hombres sus más preciados dones: a Sí mismo en el sacramento de la Eucaristía? Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo al pensar en la institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con cuya efusión había de sellarse la Nueva Alianza, en su corazón sintió intensa conmoción, que manifestó a sus apóstoles con estas palabras: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» ; conmoción que, sin duda, fue aún más vehemente cuando «tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: "Éste es mi cuerpo, el cual se da por voso-tros; haced esto en memoria mía". Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y dijo: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por vosotros"». Con razón, pues, debe afirmarse que la divina Eucaristía, como sacramento por el que Él se da a los hombres y como sacrificio en el que Él mismo continuamente se inmola desde el nacimiento del sol hasta su ocaso y también el Sacerdocio, son clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de Jesús (Haurietis aquas, Pio XII).

La Escritura nos recuerda de cómo Cristo había pensado desde mucho antes, con todo el amor de su Corazón, en el sacramento de la Eucaristía. Este sacramento, como el don del Espíritu Santo, se puede decir que nace de sus entrañas, de lo más preciado que Él tiene, con qué solemnidad lo anuncia el último día, el más solemne de la fiesta, poniéndose de pie ex-clama: «El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí». Como dice la Escritura: "De sus entrañas brotarán manantiales de agua viva". Él se refería al Espíritu, ciertamente, el que había de recibir los que creyeran en Él, también se refería a la Eucaristía, que brota del corazón de Cristo y en la que bebemos y comemos para la vida eterna.

También Él nos dice: ”Yo soy el pan de Vida. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. No podemos pasar sin la Eucaristía; está llena de su amor por nosotros: “Os lo aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no be-béis su sangre, no tendréis Vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida”. Y como buen amigo, Jesús nos asegura una comunión (sacramental y espiritual): “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.

También los Santos nos animan a ver en la Eucaristía ese divino Cora-zón, como santa Margarita María de Alacoque, que tuvo la inmensa suerte de verlo con dones místicos, para recordárnoslo a toda la Iglesia.

“Estando yo delante del Santísimo Sacramento me encontré toda pe-netrada por Su divina presencia. El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado”.

En otra ocasión, “Una vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, se presentó Jesucristo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas que se presentaban como otros tanto soles, saliendo llamaradas de todas partes de Su Sagrada Humanidad, pero sobre todo de su adorable pecho que, parecía un horno encendido. Habiéndose abierto, me descubrió su amabilísimo y amante Corazón, que era el vivo manantial de las llamas”.

También le pide la comunión reparadora, y la hora santa… “Comulga-rás, además, todos los primeros viernes de mes, y en la noche del jueves al viernes, te haré participe de la mortal tristeza que quise sentir en el huerto de los Olivos, cuya tristeza te reducirá, sin que logres comprenderlo, a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Para acompañarme en la humilde plegaria que elevé entonces a mi Padre, en medio de todas tus angustias, te levantarás entre las once y las doce de la noche para pos-trarte conmigo durante una hora, con la cara en el suelo, tanto para apaciguar la cólera divina, pidiendo por los pecadores, como para endulzar de algún modo la amargura que sentía por el abandono de mis apóstoles”.

Y por último, la gran fiesta del Amor también está conexa con la del Corpus: “Estando ante el Santísimo Sacramento un día de su octava, y queriendo tributarle amor por Su tan gran amor, el Señor le descubrió su Corazón y le dijo "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado. Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón, y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes por él recibidos durante el tiempo que ha permanecido expuesto en los altares”.

NOS AMÓ CON CORAZÓN DE HOMBRE.

Preguntas

¿Uno mi devoción a la Eucaristía con la del Corazón de Jesús como nos propone la Iglesia?

¿Qué revistas, libros, documentos pueden ayudarme a profundizar en estas devociones?

¿Cómo puedo colaborar por el esplendor de la fiesta del Corpus y del Corazón de Jesús?

 

 

JULIO

ADORAR LA SANGRE PRECIOSA DE CRISTO. ¡SALVADOS POR LA SANGRE DEL CORDERO!

En el marco de la cena pascual, cuando se recordaba la huida de Egipto, el paso de la Muerte por las casas no marcadas por la Sangre del Cordero, Jesús instituyó la Eucaristía como el sacrificio de una nueva alianza, esta vez, sellada con su sangre. En adelante, el animal sacrificado no iba a ser el cordero, sino Jesús, el Cordero de Dios que, con su propia sangre, quita los pecados del mundo.

Hemos de recordar que la materia del Santísimo Sacramento lo constituye el pan y el vino. Y en el hecho de que se consagren separados (cuerpo y sangre) nos recuerda que Cristo es víctima sacrificada. Cuando la víctima era sacrificada, su sangre era separada del cuerpo y se derramaba en el ara y sobre el pueblo.

En el mundo judío, la sangre tenía un carácter sagrado, pues se identificaba con la vida y con Dios, Señor de la vida. Por eso las grandes alianzas se ratificaban con sangre. Moisés, después de sacrificar a las víctimas, derramó la sangre sobre el altar y sobre el pueblo, diciendo: “Ésta es la sangre de la alianza que Yahvé ha establecido con vosotros”.

También en la Eucaristía, la consagración es primero del cuerpo, “Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros, y luego la sangre: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Jesús ha establecido una nueva Alianza, y la ha ratificado con sus sangre ¿no merece eso nuestra adoración?

“Si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después, con mayor abundancia en la agonía del huerto, en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables (Inde a primis, san Juan XXIII)”.

La Sagrada Escritura nos habla en varias ocasiones de la sangre de Cristo, pero quizá hay una que nos puede ayudar más que las otras a hacer nuestra vigilia de adoración: Getsemaní. “En seguida Jesús salió y fue, como de costumbre, al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación»“.

Parece que hoy nos hace a nosotros, adoradores, la misma invitación. Oremos, adoremos, para que las tentaciones se alejen de nosotros y de los nuestros. Acompañemos a Jesús nuestra hora, en esta noche.

“Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba: «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba”.

Que podamos ser consuelo de Cristo con aquel ángel -“Ángel” significa mensajero-, pidámosle que envíe a Jesús en Getsemaní nuestra adoración de hoy, para su consuelo, porque el pecado hace sufrir a Jesús.

“En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo: «¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación»“.

¿La sangre de Cristo cayendo al suelo? ¡Qué misterio! El valor de esa sangre es infinito, es la vida de Cristo, la vida de DIOS, tantos sufrimientos le hacen romper sus vasos sanguíneos y sudar sangre. Sangre que nos salva. "La sangre que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó a ser derramada; su efusión se completaría después en el Gólgota, convirtiéndose en instrumento de nuestra redención". Adoremos esta sangre derramada por nosotros.

Los santos nos ayudan; santa Teresita nos cuenta cómo le impresionó aquella estampa… “Un domingo mirando una estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por la sangre que caía de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla. Tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego tendría que derramarlo sobre las almas…”.

Otro gran propagador de esta devoción fue san Gaspar de Búfalo, que fundó los Hermanos de la preciosísima sangre de Cristo y compuso esta preciosa oración: “Oh, preciosa sangre de mi Señor, que yo te ame y te alabe para siempre. ¡Oh, amor de mi Señor convertido en una llaga! Cuán lejos estamos de la conformidad con tu vida. Oh Sangre de Jesucristo, bálsamo de nuestras almas, fuente de misericordia, deja que mi lengua, impregnada por tu sangre en la celebración diaria de la misa, te bendiga ahora y siempre. Oh, Señor, ¿quién no te amará? ¿Quién no arderá de agradecido afecto por ti? Tus heridas, tu sangre, tus espinas, la cruz, la sangre divina en particular, derramada hasta la última gota, ¡con qué elocuente voz grita a mi pobre corazón! Ya que agonizaste y moriste por mí para salvarme, yo daré también mi vida, si será necesario, para poder llegar a la bendita posesión del cielo. Oh Jesús, que te has hecho redención para nosotros, de tu costado abierto, arca de la salvación, horno de la caridad, salió sangre y agua, signo de los sacramentos y de la ternura de tu amor, ¡Seas adorado y bendecido por siempre, oh Cristo, que nos has amado y lavado en tu preciosísima sangre! Amén”.

¡SALVADOS POR LA SANGRE DEL CORDERO!

Preguntas

¿Has leído alguna vez el Éxodo pensando en la Eucaristía?

¿Qué realidades del Antiguo Testamento nos pueden ayudar a penetrar mejor en este misterio?

¿Cómo podemos crecer en conciencia de la dimensión sacrificial de la Eucaristía?

 

 

AGOSTO

ADORACIÓN Y TRINIDAD

El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad. Pero desde ahora so-mos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él". Y de qué manera tan misteriosa esto se va cumpliendo. Por la gracia, la fe y la caridad la Trinidad habita en nuestra alma, es un misterio de comunión. Comunión que se acrecienta cada vez que comulgamos la Eucaristía.

Dado que la Trinidad es una Unidad indivisible, donde está una de las personas divinas allí están las otras dos. Si en la Eucaristía decimos con verdad se contiene el Verbo de Dios hecho carne, también por esa mutua inmanencia están en ella (de otra forma) el Padre y el Espíritu Santo.

Cuando comulgamos o adoramos la Eucaristía, ese misterio está directamente relacionado con el misterio más alto de nuestra fe: la Trinidad. Primero porque nuestra adoración es movida por el Espíritu Santo, “nadie puede decir Jesús si no es movido por el Espíritu de Dios”, segundo porque nuestra adoración se dirige en último término al Padre. Cuando comulgamos crece nuestra intimidad con la carne de Cristo y por tanto con su sangre, alma y divinidad. Divinidad que comparte totalmente con el Padre y el Espíritu Santo. El Cielo es precisamente esto: adoración y comunión con la Santísima Trinidad. Procuremos ir adelantándolo ya aquí en la tierra. Hoy en esta noche podemos entrar en este misterio.

En la Eucaristía se revela el designio de amor que guía toda la historia de la salvación. En ella, el Deus Trinitas, que en sí mismo es amor, se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual, nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Jesu-cristo, pues, «que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» nos comunica la misma vida divina en el don eucarís-tico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las pro-mesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida. La Iglesia, con obe-diencia fiel, acoge, celebra y adora este don. El «misterio de la fe» es miste-rio del amor trinitario, en el cual, por gracia, estamos llamados a partici-par(Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis).

La Sagrada Escritura nos ayuda a contemplar este doble misterio en el pasaje de la Transfiguración, los apóstoles adoran la carne gloriosa de Cristo y a la vez se ven envueltos en el misterio de la Trinidad.

“Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían re-vestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén”.

En el contexto del anuncio de la Pascua, Jesús invita a aquellos tres, como hoy también a nosotros, a seguirle a la montaña para orar. Hoy, en esta noche, nosotros seguimos a Cristo para adorar su carne resplandecien-te de blancura y escuchar su palabra…

“Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «¡Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Él no sabía lo que decía”.

Quizá a nosotros también nos entra el sueño. Pero hemos de perma-necer despiertos para ver la gloria de Jesús. En el fondo sabemos que no hay un lugar mejor donde estar. Por eso también nosotros como los apósto-les queremos quedarnos ahí a dormir. Pasar adorando su gloria toda la noche… Y entrar en el misterio de la Trinidad:

“Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Éste es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto”.

Muchos padres han visto en esa nube un símbolo del Espíritu Santo que nos cubre y nos penetra y nos hace entrar en la intimidad de Dios. También se oye la voz del Padre, desde lo alto de los Cielos que nos indica a Jesús glorioso. Ojalá también hoy escuchemos esta voz. Ojalá nos deje-mos penetrar por el Espíritu Santo… Ojalá entendamos los deseos del Corazón de Cristo:

“Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos”.

Los santos nos dan ejemplo. Como los pastorcitos de Fátima que repetían con humilde devoción esta oración que les enseñó el ángel cuando dejó en el aire suspendido el cáliz con la Hostia y se postró en tierra repitiendo…

“Trinidad Santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profunda-mente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos de la tierra, en reparación de los ultrajes, de los sacrilegios y de las indiferencias con las que ha sido ofendido. Y por los méritos infinitos de su santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os ruego la conversión de los pobres pecadores”.

O como la beata Isabel de la Trinidad, que hizo de toda su vida una adoración del Misterio Supremo de nuestra fe:

«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundi-dad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad, Oración).

Preguntas:

¿Oras al Padre o al Espíritu Santo específicamente?

¿Qué elementos de la Misa nos hablan de la Trinidad?

¿Conoces alguna otra oración dirigida a la Trinidad?

SEPTIEMBRE

ADORACIÓN Y CONFESIÓN

La vigilia mensual de la Adoración Nocturna debe ser siempre también una ocasión para recibir el sacramento de la Reconciliación. Ambos sacramentos están estrechamente unidos. En una doble dirección.

Primero de la Penitencia a la Eucaristía…. Porque para recibir el Sacramento del amor hemos de recibir antes el perdón si nuestra alma se encuentra en pecado mortal. Todos antes de comulgar hemos de recordar el precepto:  Examínese, pues, el hombre a sí mismo. Que nadie, consciente de estar en pecado mortal, aunque se considere arrepentido, se acerque a la santa Eucaristía sin hacer previamente la confesión sacramental. Le sería inútil y, además, cometería un nuevo pecado.

Segundo de la Eucaristía a la Penitencia… porque la conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; "es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales".

La Eucaristía, -adorarla-celebrar-la-comulgarla, nos borra los pecados veniales y nos preserva de futuros pecados mortales. La Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada  borra los pecados veniales. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor. Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales.

La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia. Pero vivir la Eucaristía nos hace ser más frecuentes y puntuales en la Penitencia, porque la caridad nos da un corazón más sensible a las ofensas que hacemos a Dios.

“La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhor-tación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: &uot;En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!". Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la reconciliación para acercarse a la plena participación en el sacrificio eucarístico” (Ecclesia de Eucaristia, Juan Pablo II).

La Escritura nos da ejemplo de cómo la reconciliación debe preceder a la comunión con la famosa parábola del Hijo pródigo…

«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa”.

¡Nuestros pecados son una ofensa al Amor del Padre! ¡Siempre! Sean grandes o pequeños, nos alejan de él, nos llevan a perder su gracia -antes o después- Y entonces vienen las consecuencias, el hambre…

Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

¡De qué cosas nos alimentamos cuando estamos lejos de Dios! Comida para cerdos, tan lejos de nuestra dignidad de hijos, tantas palabras e imágenes que nos alimentan hoy en día de mil maneras, bien podrían calificarse así… ¡comida para cerdos! Nosotros estamos llamados a algo más grande. Pero ha de mediar la reconciliación.

Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".

El hijo se considera totalmente indigno de ese nombre. Y es así como hemos de presentarnos al Sacramento, humillados y sabiéndonos sin dere-cho a nada, sólo suplicando. Confe-sando y pidiendo… Pero el Padre siempre nos gana en generosidad.

Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

Y después de la reconciliación nos devuelve toda nuestra dignidad, nos da la gracia en un grado, como si nunca hubiéramos pecado, lo olvida todo y nos prepara una comida digna de hijos de Dios: el pan de los ángeles. Sólo quien se alimenta de la Mesa de este Padre con amor tiene fuerzas para rechazar la tentación de alejarse de él.

También los santos nos animan a acudir a la Eucaristía que nos aleja de los pecados. Como santa María Micaela del Santísimo Sacramento, la fundadora de las Adoratrices que se dedican a adorar la Eucaristía y liberar mujeres de la mala vida en la que están esclavizadas…

"Adoratriz soy en verdad del Santísimo Sacramento, aunque no como debo y tan alta majestad merece. Que en el amor a Jesús Sacramentado nadie nos lleve ventaja jamás, hijas mías. Mi alma tiene hoy una gran necesidad de pasar unas horas a solas con mi Dios, con mi Amado Jesús Sacramentado".

"Como yo tengo un deseo que devora mi corazón de acompañar al Santísimo, me meto en todos los Sagrarios que hallo al paso. Ofrecí a mi amado Jesús, cada día y muchas veces, enviarle un pensamiento de amor a todos los Sagrarios del mundo. Es un gusto, que siempre y en todo momento se alabe al Santísimo Sacramento".

"El deseo de salvar jóvenes es para mí como una espuela cla-vada en el corazón. La obra de salvar jóvenes y adorarle consuela el afligido corazón de Dios. No es afán de que se salven las colegialas sino ambición que me devora, ven-gan de donde quieran; como se salven o dejen de ofender a Dios, aunque no sea más que una hora, me contento".

Preguntas:

¿Me confieso regularmente? ¿Cómo cuido este sacramento? ¿Soy apóstol de la reconciliación? ¿Conoces alguna historia de recon-ciliación que pueda inspirarnos?

OCTUBRE

ADORACIÓN Y ROSARIO

Es muy frecuente que en las Vigilias de ANE recemos el Rosario. Y ya que estamos en octubre, vamos a reflexionar por qué. Dice el Catecismo que toda la vida de Cristo es misterio. Y que todos los misterios de la vida de Cristo son 3 cosas: Revelación, Redención, Recapitulación.

Revelación  porque sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar nos "manifestó el amor que nos tiene" el Padre, con los rasgos más sencillos de sus misterios.

Redención porque si bien la Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz, este misterio está ya actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación, en su vida oculta, en su palabra, en sus curaciones y en sus exorcismos… en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica.

Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad y ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios.

Al rezar el Rosario, repasamos los misterios de la vida de Cristo con los ojos de María. Cristo vivió todos esos misterios “para nosotros”, como un “modelo de todas las virtudes”, y para que nosotros podamos “vivirlo en Él y Él en nosotros”. Esto es algo muy bello, los cristianos tenemos que configurarnos con la vida de Cristo. Y una manera ideal de hacerlo es la adoración-comunión Eucarística. Pero otra muy fructífera es el Rosario.

Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación… Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» será en todo caso  una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escon-didos y presentir sus decisiones, como en Caná; otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella; en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (Rosarium Virginis Mariae, Juan Pablo II).

La Escritura nos da ejemplo de que a Jesús (y a María) no les disgusta que les repitamos mil veces que les queremos… Un pasaje muy oportuno nos lo recuerda, cuando Jesús ya resucitado se aparece de nuevo en el lago de Galilea:

Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.

Muchos padres han visto en la mención al pan y los peces (ixcis) una alusión eucarística. Así que este contexto bien nos puede ayudar a nuestra vigilia de este mes. Con Jesús, que está presente en el pan. Que nos invita a estar con él.

Jesús les dijo: «Traed algunos de los pescados que acabáis de sacar». Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Venid a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

También nosotros sabemos que ahí está el Señor. Y contemplamos este misterio con los ojos de María, con esa misma mirada de asombro, de fe, de cariño… Y le repetimos muchas veces, con cada Ave María, cómo lo queremos…

"Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos». Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, saber que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas”.

Ojalá que después de cada ave maría, notemos cómo Jesús y María nos dicen, “yo también confío en ti”, “yo también te quiero”. Repetir es algo muy humano. Mil veces al día respiramos, pestañeamos, saludamos todos los días a las mismas personas… Solo quien repite guarda en la memoria… Se ve que a Jesús le gusta que repitamos que le queremos. Y a nosotros nos hace bien. Sólo quien guarda ese amor en la memoria y en el corazón puede hacer lo que Jesús pide a Pedro:

Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

Los santos nos animan, como san Luis María Grignon de Montfort, que fue un gran apóstol de esta Oración. También señalando su vínculo con la Eucaristía:

La Santísima Virgen reveló un día al beato Alano de la Rupe, que después del Santo Sacrificio de la Misa –primera y más viva memoria de la pasión de Jesucristo– no hay oración más excelente ni meritoria que el Rosario -segunda memoria y representación de la vida y pasión del Señor.

&iexl;Nadie podrá comprender jamás el tesoro de santificación que encierran las oraciones y misterios del Santo Rosario! La meditación de los misterios de la vida y muerte del Señor constituye para cuantos la practican una fuente de los frutos más maravillosos. Hoy se quieren cosas que impacten, conmuevan y produzcan en el alma impresiones profundas. Ahora bien, ¿habrá en el mundo algo más conmovedor que la historia maravillosa del Redentor desplegada en quince cuadros que nos recuerdan las grandes escenas de la vida, muerte y gloria del Salvador del mundo? ¿Hay oraciones más excelentes y sublimes que la oración dominical y la salutación angélica? ¡Ellas encierran cuanto deseamos y podemos necesitar!

Preguntas:

¿Rezo todos los días el Rosario? ¿Lo llevo conmigo?

¿Qué tal lo rezo?

¿Puedes compartir alguna cosa que te ayude a rezarlo mejor?

¿Voy conociendo los misterios de la vida de Cristo con ojos contemplativos?

¿Medito los evangelios?

NOVIEMBRE

AUDIENCIA PRIVADA CON EL REY SOBERANO SEÑOR SACRAMENTADO

Los adoradores sabemos que nuestro turno, nuestra vigilia es siempre una audiencia privada con el Rey. El Rey de Reyes, cuya fiesta siempre cae en noviembre. Y que tiene una especial importancia para nosotros.

Creemos que Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. Por derecho de naturaleza (Él es Dios) y por derecho de conquista (Él nos ha salvado). En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación su cumplimiento transcendente.

Cristo es Rey, y su reino ha comenzado ya en la Iglesia…"La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio, constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra". Aunque aún no está acabado. Es rey de hecho, pero no reina aún de hecho en tantas parcelas de la vida humana, de las sociedades…

El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" con el advenimiento del Rey a la tierra. Por eso la Iglesia pide, y nosotros hoy: ¡Ven Señor Jesús!

Hasta que todo le haya sido sometido y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. La sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo. Ésta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra".

Hemos de tener la seguridad de que esta Soberanía de Cristo pasa por su reino eucarístico, por su amor en el Sacramento:

No se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los frecuentísimos Congresos eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis, regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del augusto Sacramento públicamente expuesto y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido como por una inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las vías públicas, quiere resta-blecerlo en todos sus reales dere-chos. (Quas Primas, Pío XI).

La Escritura nos proclama con fuerza esta verdad. Cristo es Rey, pero de un modo sobrenatural, Rey sobre cielos y tierra, de individuos y sociedades, pero Rey desde la Cruz, desde la Eucaristía. Jesús es Rey de Amor.

Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:

«¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". Pilato explicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacer-dotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho»? Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí».

¡Qué gran privilegio! Nosotros somos –estamos- a su servicio no con la fuerza, sino con la oración. Ciertamente éste es un reinado peculiar, pero no menos poderoso. Cristo es Rey y nosotros somos su ejército, sus soldados… testigos de la Verdad:

Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».

Muchos otros se burlan hoy de la realeza de Jesús, lo arrinconan cada vez más en plazas, escuelas, hospitales… Lo ofenden con leyes que van contra su Ley. Le coronan de espinas, le dicen “No queremos que reines sobre nosotros”.

Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban.

Y sin embargo la verdad de su realeza se impone. Ante cobardes y enemigos, ante nuestras defecciones y traiciones:

Pilato dijo a los judíos: «Aquí tienen a su rey». Ellos vocifera-ban: «¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «¿Voy a crucificar a su rey?». Los sumos sacerdotes respondieron: «No tenemos otro rey que el César». Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran.

Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: "El rey de los judíos", sino: " Éste ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"». Pilato respondió: «Lo escrito, escrito está».

Los santos nos animan, especialmente nuestro fundador, el fundador de la ANE, don Luis de Trelles, santo varón que tuvo muy metido en el corazón este orar por el pronto advenimiento del Reino de Cristo, especialmente en nuestra patria:

"En el Tabernáculo, nuestro Gran Rey llama a Sí a los humildes que trabajan y están cargados, para confortarlos y convalecemos. Pero por lo que a nosotros toca, importa meditar acerca de nuestra humilde y noble misión, por más que de ella seamos muy indignos. Disfrutamos la dicha de asistirle y de rendirle solos homenaje cuando otros reposan, puesto que "el Señor parece que duerme, pero su corazón vela".

"Qué consuelo para este puñado de indignos servidores del Dios escondido, si consiguiésemos ser escuchados, utilizando la vigilia en implorar por la Iglesia Santa y su visible Cabeza el Papa; por España, por el purgatorio entero, por el mundo pecador, por nuestros parientes, amigos y enemigos, por los moribundos, incrédulos y por aquéllos que Dios quiere que pidamos; por nuestra verdadera conversión que debe ser la primera de nuestras peticiones, porque la Ley de Dios y de perfección es la verdadera meta de este pequeño grupo de adoradores nocturnos del Gran Rey de los siglos, al que nos gloriamos de pertenecer".

Preguntas:

¿Cristo reina sobre mi vida, mi familia, mi ciudad?

¿Cuáles han sido los últimos ataques al Reinado de Cristo en nuestra patria?

¿Confío en que mi oración es poderosa para cambiar esto?

DICIEMBRE

ADORAR AL NIÑO, INFANCIA ESPIRITUAL

La Eucaristía tiene que hacer crecer en nosotros la verdadera infancia espiritual. Que adorar el Sacramento sea como adorar al Niño… Que esta preparación para la navidad nos vaya haciendo cada vez más pequeños, más confiados, más amables…

Humildad-confianza-amor. Son tres virtudes fundamentales para nuestra vida cristiana. La primera porque es como el fundamento: es “andar en verdad” es decir, la verdad de que somos criaturas, de que somos pequeños, de que dependemos en todo del cuidado de nuestro buen Padre Dios.

La segunda es confianza, porque los niños también saben, que, aunque dependen en todo de sus padres, tienen la absoluta certeza de que ellos les van a proveer de sus necesidades, de su amor y cariño.

Por eso la tercera es el amor, porque amor con amor se paga. Y porque obras son amores y no buenas razones. La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.

Con la infancia espiritual experimentamos que todo viene de Dios, a él vuelve y en él permanece, para la salvación de todos, en un misterio de amor misericordioso. Ése es el mensaje doctrinal que enseñó y vivió esta santa. Como para los santos de la Iglesia de todos los tiempos, también para ella, en su experiencia espiritual, el centro y la plenitud de la revelación es Cristo. Teresa conoció a Jesús, lo amó y lo hizo amar con la pasión de una esposa. Penetró en los misterios de su infancia, en las palabras de su Evangelio, en la pasión del Siervo que sufre, esculpida en su santa Faz, en el esplendor de su existencia gloriosa y en su presencia eucarística. Cantó todas las expresiones de la caridad divina de Cristo, como las presenta el Evangelio (Divina Amoris scientia, Juan Pablo II).

La Escritura nos da ejemplo de que sólo haciéndonos como niños podemos alcanzar la patria:

Cuando dice de Jesús que “Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos”.

¡Eso tenemos que hacer hoy nosotros! ¡Presentarnos como niños a Dios, dejarnos presentar a él por María, para que Él imponga las manos sobre nosotros y ore sobre nosotros! No se trata hoy de hacer nosotros, sino de dejarnos hacer como niños.

Nos puede salir ese medio orgullo, tan “razonable” de los adultos… Los discípulos los reprendieron”.

Pero Jesús les corrige y nos da una gran enseñanza: «Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos». Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.

La relación de los niños con sus padres, nosotros con Dios. ¡Qué caminito tan sencillo de tocar el centro del Evangelio! ¡Qué formula tan magnifica la de ponerse a adorar la Eucaristía!

También santa Teresita la descubrió en la Sagrada Escritura:

Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré».

Los santos nos animan, muy especialmente santa Teresita del Niño Jesús que nos enseña a recorrer este camino de la humildad Eucarística, de la infancia espiritual:

“¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma! Fue un beso de amor. Me sentía amada y decía a mi vez: “Te amo, y me entrego a ti para siempre… Ni el precioso vestido que María me había comprado, ni todos los regalos que había recibido me llenaban el corazón. Sólo Jesús podía saciarme”.

Dios no quiere darnos su casa de la tierra; se conforma con enseñárnosla para hacernos amar la pobreza y la vida escondida. La que nos reserva es su propio palacio de la gloria, donde ya no le veremos escondido bajo la apariencia de un niño o de una blanca hostia, ¡¡¡sino tal cual es en el esplendor de su gloria infinita...!!!

Yo me dedicaba sobre todo a amar a Dios. Y amándolo, comprendí que mi amor no podía expresarse tan sólo en palabras, porque: «No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de Dios». Y esta voluntad, Jesús la dio a conocer muchas veces, debería decir que casi en cada página de su Evangelio. Pero en la última cena, cuando sabía que el corazón de sus discípulos ardía con un amor más vivo hacia él, que acababa de entregarse a ellos en el inefable misterio de la Eucaristía, aquel dulce Salvador quiso darles un mandamiento nuevo. Y les dijo, con inefable ternura: os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, que os améis unos a otros igual que yo os he amado. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.

Preguntas:

¿Adorar me está haciendo más humilde?

¿Conozco los escritos de santa Teresita y su infancia espiritual?

¿Cómo puede ayudarnos a hacer mejor nuestra adoración?

¿El adviento está haciendo crecer en mí la esperanza, la confianza?

¿Qué muestras de Amor estoy preparando al Niño?

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